30 de julho de 2007

O Silêncio

Eugénio de Andrade

Quando a ternura
parece já do seu ofício fatigada,

e o sono, a mais incerta barca,
inda demora,

quando azuis irrompem
os teus olhos

e procuram
nos meus navegação segura,

é que eu te falo das palavras
desamparadas e desertas,

pelo silêncio fascinadas.

José Fontinhas (nome verdadeiro de Eugénio de Andrade) nasceu em janeiro de 1923, em Póvoa de Atalaia, em Portugal.

28 de julho de 2007

A noite era uma mortalha de silêncio agitado. O silêncio trazia o mar pra dentro da casa, subindo a montanha, sufocando. As coisas perdiam o contorno. Ela não queria deixar os filhos se afogarem nesse mesmo silêncio, mas não sabia falar. Vinha e voltava. Um lampião iluminando um quadro mudava tudo. Os cabelos desgrenhados da menina. Ela ou sua filha, a menina verde, não sabia.

Trecho do (belo) romance "Esse rio sem ponte", do escritor e psicanalista carioca Carlos Tamm, lançado recentemente pela 7Letras.

23 de julho de 2007

A minha rotina segue mais ou menos assim: durante a manhã eu fico escrevendo. Geralmente por duas horas, duas horas e meia. Durante este período eu consigo escrever cinco ou seis linhas, se for ficção e um texto inteiro, se for resenha. Porque conto eu prefiro ir revisando à medida que escrevo, para que a frase fique mais próxima possível do que eu quero. Então reescrevo trinta, cinqüenta, oitenta vezes. De modo que, quando termino uma narrativa eu faço uma revisão final, que consiste em outra leitura bem atenta e novas modificações. Mas procuro trabalhar assim para evitar descartar algum texto depois. Prefiro jogar fora a frase logo de cara. Logo depois do almoço eu leciono e fico fora de casa até o final da noite. Os intervalos entre as aulas eu os aproveito para ler, de maneira que antes de dormir já consegui terminar pelo menos um livro. Eu preciso deste volume de leitura por vários motivos: primeiro porque todo escritor deve ser um excelente leitor e depois porque eu sou resenhista de vários periódicos, o que me obriga a estar atualizado com os lançamentos editoriais no país e no mundo. Desde novembro de 2005 que trabalho em meu novo livro de contos, “Abismo poente”, cujas histórias têm como tema central a imigração libanesa para o estado de Minas Gerais. Vai um trecho aí do conto intitulado “I”:

quando a madrugada, abraçando o esplendor de um início de dia, decida partir. ainda é precária sua animosidade de bêbado e a minha vista por enquanto alcança somente o que não pode ver, e não vê o carvão fundido em magma, mais um ou dois êxtases de chama e depois as cinzas, nem o balé do rabo hemofílico de um gato vadio, nem o capim aspirando a espessa graxa da noite, nem a comida meio fermentada que você despejou de seu estômago aos pés de um vulto que dorme ou morre, tampouco as artérias dessa laranjeira sem forças para sumir daqui. o verde sonolento da mosca que suga os carcomas de buchos largados numa quina de grama, o rumor tardio da cerveja despejada no copo untado e solene daquele que já nem sabe por que bebe.

18 de julho de 2007

Domingo 19 de mayo

La esperé en Mercedes y Río Branco. Llegó con sólo diez minutos de retraso. Su traje sastre de los domingos la mejora mucho, aunque es probable que yo estuviera es­pecialmente preparado para encontrarla mejor, siempre mejor. Hoy sí estaba nerviosa. El trajecito era un buen augurio (quería impresionar bien); los nervios, no. Pre­sentí que por debajo del colorete, sus mejillas y labios estaban pálidos. En el restorán eligió una mesa del fondo, casi escondida. "No quiere que la vean conmigo. Mal augurio", pensé. No bien se sentó abrió su cartera, sacó su espejito y se miró. "Vigila su aspecto. Buena señal." Esta vez hubo un cuarto de hora (mientras pedimos el fiambre, el vino, mientras pusimos manteca sobre el pan negro) en que el tema fueron generalidades. De pronto ella dijo: "Por favor, no me acribille con esas miradas de expectativa." "No tengo otras", contesté, como un idiota. "Usted quiere saber mi respuesta", agregó, "y mi respues­ta es otra pregunta". "Pregunte", dije. "¿Qué quiere decir eso de que usted está enamorado de mí?" Nunca se me había ocurrido que esa pregunta existiera, pero ahí esta­ba a mi alcance. "Por favor, Avellaneda, no me haga aparecer más ridículo aún. ¿Quiere que le especifique, como un adolescente, en qué consiste estar enamorado?" "No, de ningún modo". "¿Y entonces?" En realidad, yo me estaba haciendo el artista; en el fondo bien sabía qué era lo que ella estaba tratando de decirme. "Bueno", dijo, "usted no quiere parecer ridículo, pero en cambio no tiene inconveniente en que yo lo parezca. Usted sabe lo que quiero decirle. Estar enamorado puede significar, sobre todo en la jerga masculina, muchas cosas diferentes". "Tiene razón. Entonces póngale la mejor de esas muchas cosas. A eso me refería ayer, cuando se lo dije". No era un diálogo de amor, qué esperanza. El ritmo oral parecía corresponder a una conversación entre comerciantes, o entre profesores, o entre políticos, o entre cualesquiera poseedores de contención y equilibrio. "Fíjese", seguí, algo más animado, "está lo que se llama la realidad y está lo que se llama las apariencias". "Ajá", dijo ella, sin deci­dirse a parecer burlona. "Yo la quiero a usted en eso que se llama la realidad, pero los problemas aparecen cuando pienso en eso que se llama las apariencias". "¿Qué pro­blemas?", preguntó, esta vez creo que verdaderamente intrigada. "No me haga decir que yo podría ser su padre, o que usted tiene la edad de alguno de mis hijos. No me lo haga decir, porque ésa es la clave de todos los proble­mas y, además, porque entonces sí voy a sentirme un poco desgraciado". No contestó nada. Estuvo bien. Era lo menos riesgoso. "¿Comprende entonces?", pregunté, sin esperar respuesta. "Mi pretensión, aparte de la muy explicable de sentirme feliz o lo más aproximado a eso, es tratar de que usted también lo sea. Y eso es lo difícil. Usted tiene todas las condiciones para concurrir a mi felicidad, pero yo tengo muy pocas para concurrir a la suya. Y no crea que me estoy mandando la parte. En otra posición (quiero decir, más bien, en otras edades) lo más correcto sería que yo le ofreciese un noviazgo serio, muy serio, quizá demasiado serio, con una clara perspectiva de casamiento al alcance de la mano. Pero si yo ahora le ofreciese algo semejante, calculo que sería muy egoísta, porque sólo pensaría en mí, y lo que yo más quiero ahora no es pensar en mí sino pensar en usted. Yo no puedo olvidar - y usted tampoco - que dentro de diez años yo tendré sesenta. "Escasamente un viejo", podrá decir un optimista o un adulón, pero el adverbio importa muy poco. Quiero que quede a salvo mi honestidad al decirle que ni ahora ni dentro de unos meses, podré juntar fuer­zas como para hablar de matrimonio. Pero - siempre hay un pero - ¿de qué hablar entonces? Yo sé que, por más que usted entienda esto, es difícil, sin embargo, que ad­mita otro planteo. Porque es evidente que existe otro planteo. En ese otro planteo hay cabida para el amor, pero no la hay en cambio para el matrimonio". Levantó los ojos, pero no interrogaba. Es probable que sólo haya querido ver mi cara al decir eso. Pero, a esta altura, yo ya estaba decidido a no detenerme. "A ese otro planteo, la imaginación popular, que suele ser pobre en deno­minaciones, lo llama una Aventura o un Programa, y es bastante lógico que usted se asuste un poco. A decir ver­dad, yo también estoy asustado, nada más que porque tengo miedo de que usted crea que le estoy proponiendo una aventura. Tal vez no me apartaría ni un milímetro de mi centro de sinceridad, si le dijera que lo que estoy buscando denodadamente es un acuerdo, una especie de convenio entre mi amor y su libertad. Ya sé, ya sé. Usted está pensando que la realidad es precisamente la inversa; que lo que yo estoy buscando es justamente su amor y mi libertad. Tiene todo el derecho de pensarlo, pero reco­nozca que a mi vez tengo todo el derecho de jugármelo todo a una sola carta. Y esa sola carta es la confianza que usted pueda tener en mí". En ese momento estábamos a la espera del postre. El mozo trajo al fin los manjares del cielo y yo aproveché para pedirle la cuenta. Inmediata­mente después del último bocado, Avellaneda se limpió fuertemente la boca con una servilleta y me miró sonrien­do. La sonrisa le formaba una especie de rayitos junto a las comisuras de los labios. "Usted me gusta", dijo.


Trecho de "La tregua", de Mario Benedetti.

13 de julho de 2007

Outro dia fui a um sebo e um sujeito que trabalha lá, que eu até admirava por saber sobre todos os autores que eu buscava, se silenciou quando lhe perguntei se tinha algum livro do Mario Benedetti. Nunca havia ouvido falar no escritor uruguaio, um dos grandes em língua espanhola, aliás um dos grandes e ponto final. Voltei decepcionado para casa e triste, lógico.

Porque, en realidad, la coima siempre existió, el acomodo también, los negociados, ídem. ¿Qué está peor, entonces? Después de mucho exprimirme el cerebro llegué al convencimiento de que lo que está peor es la resignación. Los rebeldes han pasado a ser semi-rebeldes, los semi-rebeldes a resignados. Yo creo que en este luminoso Montevideo, los dos gremios que han progresado más en estos últimos tiempos son los maricas y los resignados. "No se puede hacer nada", dice la gente. Antes sólo daba su coima el que quería conseguir algo ilícito. Vaya e pase. Ahora también da coima el que quiere conseguir algo lícito. Y esto quiere decir relajo total.
Pero la resignación no es toda la verdad. En el principio fue la resignación; despues, el abandono del escrúpulo; más tarde, la coparticipación. Fue un ex resignado quien pronunció la célebre frase: "Si tragan los de arriba, yo tambíen". Naturalmente, el ex resignado tiene una disculpa para su deshonestidad: es la única forma de que los demás no le saquen ventaja. Dice que se vio obligado a entrar en el juego, porque de lo contrario su plata cada vez valía menos y eran más los caminos rectos que se le cerraban. Sigue manteniendo un odio vengativo y latente contra aquellos pioneros que lo obligaron a seguir esa ruta. Quizá sea, después de todo, el más hipócrita, ya que no hace nada por zafarse. Quizá sea también el más ladrón, porque sabe perfectamente que nadie se muere de honestidad.

Não é o tema principal de Benedetti, mas o trecho, retirado do romance "La tregua" é muitíssimo interessante. Outro dia vi um documentário em que um filósofo defendia que o mundo inteiro hoje está resignado. O assunto mais caro de Mario Benedetti é a morte, que neste livro também é personagem principal. Depois vou copiar aqui um outro trecho desta mesma obra, em que o uruguaio encara brilhantemente o tema mais difícil da literatura: o amor.

12 de julho de 2007

A página Amigos do Livro fez uma divulgação do meu romance. Sou muitíssimo grato ao atencioso e prestativo pessoal que mantém o site.

11 de julho de 2007

Em algum ponto escuro acima do Mediterrâneo, quando o avião libertava-se das amarras da terra, Jean lembrou-se de uma estrofe, ensinada há decadas pelo professor de religião da escola:

Primeiro a Pirâmide, que no Egito foi erguida;
Então os Jardins da Babilônia por Amytes construídos;
Terceiro, o Túmulo de Mausolo com afeição e culpa...

Não conseguia lembrar o resto. "Terceiro, o Túmulo de Mausolo com afeição e culpa..." Culpa, culpa... construído, era isso. "Em Éfeso erguido." O que fora construído em Éfeso - ou seria por Éfeso? "Quinto, o Colosso de Rodes, moldado em bronze, em honra ao sol" - lembrou de repente o verso completo, mas não foi muito adiante. Alguma coisa de Júpiter, era isso, e mais alguma coisa no Egito?
De volta a casa, foi à biblioteca e procurou as Sete Maravilhas do Mundo, mas não encontrou nenhuma das que constavam da poesia. Nem as pirâmides? Ou os jardins Suspensos da Babilônia? A enciclopédia dizia: o Coliseu de Roma, as Catacumbas de Alexandria, a Grande Muralha da China, Stonehenge, a Torre Inclinada de Pisa, a Torre de Porcelana de Nanquim, a Mesquita de Santa Sofia em Constantinopla.
Bem, talvez houvesse duas listas diferentes. Ou talvez precisassem atualizar a lista uma vez ou outra, à medida que novas maravilhas eram construídas e as outras desmoronavam. Talvez cada pessoa pudesse fazer a própria lista. Por que não? Para ela, as Catacumbas de Alexandria não pareciam grande coisa. Talvez nem existissem mais. Quanto à Torre de Porcelana de Nanquim, parecia extremamente improvável que qualquer coisa feita de porcelana tivesse sobrevivido. E em caso afirmativo, os soldados da Guarda Vermelha a teriam destruído.

Este trecho aí é porque há poucos dias o Cristo Redentor entrou na lista das maravilhas do mundo. O trecho foi retirado do livro "De frente para o Sol" (Staring at the sun), de Julian Barnes. Também não possuo o pedaço em inglês para inserir aqui. Tenho apenas "O papagaio de Flaubert" (Flaubert's Parrot).

9 de julho de 2007

Entretanto, quando ele está dentro de mim - como ontem à noite - acontece algo de muito estranho. Ele é muito melhor do que qualquer um da minha idade, vem com um sólida e majestosa ereção capaz de se prolongar pelo tempo que quisermos. Há ocasiões em que permanece dentro de mim por toda uma hora e, se eu colocar a mão sobre minha barriga, é possível sentir perfeitamente a ponta rombuda, como um estandarte erguido, atravessando-me a carne. Mas, ao mesmo tempo que ele me preenche toda, ao mesmo tempo que se poderia pensar que a última brecha dentro de mim acabara-se de tapar-se para sempre, enquanto estamos deitados, em silêncio, tenho a sensação de que fui eu quem o arrastou para dentro de minha carne, que sou eu quem o está prendendo ali, que sou eu quem o tem dominado, imobilizado. Se flexiono os músculos dentro de mim, sinto como se estivesse estrangulando alguém. Ele não fala; o sofrimento do prazer faz com que cerre os olhos. As pálpebras são mais delicadas sem os óculos. E até mesmo quando ele provoca o clímax para nós - passado o momento supremo, continuo a retê-lo como se o sentisse estrangulado: quente, grosso, morto, lá dentro.

Trecho do livro "O falecido mundo burguês" (The late bourgeois world, 1966), de Nadine Gordimer. Infelizmente desta vez não possuo o original para inserir também o parágrafo em inglês. Escolhi este pedaço aí justamente para fugir um pouco do estilo de Nadine, para evitar o assunto que a fez vencer o prêmio Nobel: o racismo na África do Sul. A tradução aí foi feita pelo Carlos Sussekind.
Antes de colocar aqui o trecho da Nadine, que prometi, quero falar de uma surpresa que tive: um amigo procurou meu novo livro na Estante Virtual e o encontrou! A 12 reais! Detalhe: a obra ainda não chegou às livrarias... E está num sebo de Porto Alegre. Tenho anotado aqui: enviei dois livros para Porto Alegre, para dois escritores de renome, um que se diz incentivador da nova literatura e outro que está na epígrafe do romance. Qual dos dois VENDEU o livro prum sebo? Eita, os escritores brasileiros estão pobres mesmo, está comprovado! Puxa, eu preferiria que o fulano tivesse DOADO a alguma biblioteca. Ficaria melhor. Tudo bem, nenhum dos dois pediu pra receber o livro, é fato. E presente é presente, a gente faz o que quiser com ele...

7 de julho de 2007

Eu vinha pensando num jeito de dizer isso, quando um comentário da Mônica Mamede veio me incentivar. Sei que vai ser polêmico. Meu romance "As espirais de outubro" narra os últimos dias da brasileira ganhadora do Nobel de literatura, em 2005. Como estou escrevendo uma resenha para o "novo" livro de Orhan Pamuk, "Istambul", tenho pesquisado novamente sobre o prêmio. Todo mundo sabe que há omissões históricas, falhas imperdoáveis. Nem vou citar os estrangeiros, todo mundo tem lá no fundo o seu candidato. Entre os brasileiros, sempre torci pelo Suassuna, acho que ele é o que tem todos os requisitos para ser um vencedor. Além do resgate da cultura de sua terra, escreve como um gênio. Entretanto, duvido que vença porque o problema é que ele é bom demais. Como foram Rosa, Clarice e Machado. Mas agora é que vem a bomba: eu aposto que o brasileiro que vai ganhar o Nobel (e não demorará muito) será o Paulo Coelho. Ele é a cara do prêmio (lá no mesmo nível de Gabriela Mistral e Harold Pinter). Daqui a pouco vou postar um trecho de Nadine Gordimer, para que se lembrem da Flip (eu gostaria de estar lá - alguém me consegue um autógrafo dela?)

6 de julho de 2007

É só porque havia em ti uma caixinha de silêncio. E eu a imaginava envelhecida, de um mofo que impõe respeito e mágica. Toda vez que eu a abria, escutava canção nenhuma e, dessa forma, dançava quieta em teus braços. Sei da ilusão dos instrumentos. Da solidão da voz. Da falta contida em tantas músicas. Mas tudo isso aquela caixinha supria. Ao abri-la, a quantidade de delicadeza impregnada em meus dedos entregava a preciosidade jamais pronunciada. Ao abri-la, nem meus olhos falavam. O silêncio guardado ali, sempre pronto a preencher nossos vazios. Como nos dias em que tocavas Chopin e todas as teclas querendo ser meu corpo.

Do livro Nervuras do silêncio, de Lindsey Rocha, lançado pela 7Letras na coleção Rocinante.